Profundamente

 Portarse bien ha sido sencillo, cuando Julia tiene  periodos de ser buena persona, le deja una sensación de perfeccionismo, de control sobre lo poco que puede controlar; sus impulsos. Los deseos de ser quien corre, de ser quien escapa, quien grita, quien sonríe, quien se moja en la lluvia, quien le dice que aún lo extraña. Lejos de éso ha estado una fase donde no parece importarle nada de lo que piensen los demás.

Cuando hace lo que quiere, al principio lo disfruta, pero después; muy dentro de ella, sabe... que la culpa no sabe dulce, que saber que hizo lo que ella nunca hubiera hecho, no le deja siempre buen sabor de boca.

La sonrisa de felicidad superflua se evapora en el calor del asfalto.

Así sucedió el penúltimo día de mayo. Ese medio día lleno de recuerdos de este mes tan lleno de sentimientos encontrados, donde una revisión de rutina abrió la posibilidad de un futuro incierto a través de una biopsia en quirófano.. Donde el amor de su esposo le da tranquilidad, pero al mismo tiempo dolor por lo que ella no puede externar, incluso a través mío.

Ese penúltimo día de mayo, salió sola del trabajo. Paolo, sólo se despidió brevemente de ella. Se quedó inmóvil por esperar otro tipo de respuesta y no tenerla. Las expectativas no son, más que problemas para ella. Esperar que Enrique le dirija la palabra después de tantos años, que Braulio se haga cargo de lo que es su responsabilidad, que él se divorcie por fin, que Paolo sea más cercano con ella; al fin y al cabo, faltan dos días para su cumpleaños.

Pero no, la vida no es como ella desea, las personas no son como ella quisiera.

Paolo se esfumó en el pasillo, no quedó nada aquella tarde.

Se subió a su camioneta café pecano y arrancó, subió la música y cantó junto con la banda de los 90¨s que disfruta por los caminos a solas.

Cuando de pronto, sonó su móvil; un mensaje de Paolo:

- ¿Dónde estás? a secas, escribió.

-Aquí, detenida; en la salida- respondió Julia, con cierto aire de frialdad.

Pero hubo algo que le masculló la razón, y comenzó a decirle de manera tierna y nostálgica, las ganas que tenía de estar a solas con él. A lo que Paolo respondió sin titubear. Así pasaron largos los minutos, en los que él se acercaba a donde ella estaba estacionada. Hasta que dieron las trece con cuarenta y cinco. Se sonrieron a través de un cristal y se subió a la camioneta. Sin aviso, se acercó abrúptamente, como es de esperarse en un hombre de su edad y la besó con pasión y nerviosismo. Un beso desesperado, con fuerza. Inmediatamente, le preguntó él a ella:

- ¿Quieres que vayamos?

Julia sintió un calor y frío entre sus piernas y temblor de manos. Lo deseaba más que nunca, pero no sabía si era lo mejor. Las discusiones por tonterías con Paolo, la han llevado a perder la paciencia, sintiendo que está con un  niño que no sabe lo que quiere. Sin embargo, percibe en su piel, que los años no van a esperar a que esté lista y que quizá jamás vuelva a poder sentir una adrenalina como ésa.

Accedió.

El motor del vehículo encendió y llegaron al lugar. Bajaron de la camioneta y todo son recuerdos inestables para ella, no ha podido asentar en su pecho lo que pasó aquella tarde. Verlo, así de frente; fuerte, atractivo. El blanco de su piel contrasta con su cabello castaño y su barba. Sus brazos la hacen temblar de euforia, mientras él, recorre su cuerpo. El tiempo vuela y después de no saber de nada más que de ellos, se recuesta sobre su pecho y suspira con profunda soledad.

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