Mío
Hablábamos cuando se podía, me marcaba cuando sabía que estaba sola. Los mensajes sonaban constantemente durante la mañana en que trabajaba y soñaba. Ahora recuerdo el porqué me acostumbre a estar al pendiente y querer saber todo el tiempo de él; y después de algunos meses me contestaba de manera grosera y cortante; bueno, eso es parte de la segunda historia, donde la miel se fue al caño.
Una mañana en la que hablaba con él, era un día común, recuerdo tumbarme en la litera de mis hijas, observar las frazadas y sentir la calidez de sus camas; por un momento perdí la secuencia de la plática. Me pasa muchas veces, que cuando estoy hablando con alguien, algún recuerdo se hace presente y me pierdo. Observé mi casa, que aunque pequeña, era mía, estaban mis cosas, mis recuerdos. Todo estaba en el lugar correcto y el olor a limpio me daba paz. Recordé entonces, que antes, solía pedír a la vida, que si en alguna ocasión debía encontrarme con él, mi existir fuera estable, feliz, que hubiera avanzado económicamente y mi aspecto físico fuera adecuado. Corrí al espejo y me observé, aunque en ese entonces tenía la costumbre de caminar y trotar, nunca he estado satisfecha del todo de mi cuerpo, podría ser mejor; también observé mi rostro, las pecas seguían ahí, mis ojos negros estaban más brillantes que en días anteriores y mi cabello largo estaba hasta donde me gustaba. Sí, era el momento para regresar, aunque nunca pensé que así.
Nos pusimos de acuerdo para otra cita. Debíamos vernos pronto, más pronto esta vez. Quedamos en el mismo cruce, por la tarde. Esta vez los días faltantes para vernos transcurrieron de prisa, parecían sin sentido, tan callados y rutinarios, que dieron oportunidad a pensar y soñar más.
Aquella tarde, salí de casa, apresurada; estaba nerviosa, no podía respirar bien, las manos me sudaban y me parecía, que aunque mis pasos eran veloces no llegaría. Después de varios minutos de buscarlo, me dí cuenta que estaba estacionado más adelante, no podía reconocerlo, ya que iba en una camioneta diferente; perteneciente a la compañía donde trabajaba.
Esa tarde, hablamos de cosas más profundas, comentamos sobre nosotros, sobre lo que sentíamos, lo que podría ser aquello. Era difícil para mí, cómo vivir una vida diferente y después regresar a la otra?
Recordé una canción escuchada muchas, muchas veces en mi infancia, se llama "dos amantes"; siempre me pareció dramática la historia que se narra sobre las notas, ahora la estaba entendiendo, viviendo. De mi parte, aquella historia era trágica, extraña y me dolía, mucho.
Decidimos detenernos a medio camino, buscaba un espacio para nosotros, Enrique lo plateó, así, sin tapujos. Yo no estaba tan segura de intimar tanto, tenía miedo; estaba segura, que una vez que sucediera, el camino de regreso no sería el mismo, y quizá no habría regreso.
Entramos donde todo era silencio, no sabía bien qué decir, por dónde se comienza algo que para mí, había quedado inconcluso en la adolescencia? Enrique notó mi silencio y empezó a hablar conmigo, se recostó y levantó su cabeza con la mano izquierda, atento a mis respuestas. Después todo se volvió turbio, el olor a jabón barato de las sábanas, su penetrante perfume y el aire, se mezclaron entre nuestra piel, dejando de lado la razón y la realidad. Todo se perdió, y en ese momento sentí, que lo había recuperado. Estaba tan cerca de mí, era tangible, secreto, mío. Mi respiración se confundió con la suya y sus ojos me observaron, diciendo cosas, dejándolas sobre mi piel y confundiéndome con él.
Qué difícil resulta ahora escribir sobre aquello; traerlo de vuelta a mi mente, donde muchos detalles aparecen y los dejo aquí para siempre.
Las gotas de la ducha no retiraron por completo la culpa, cómo regresar a casa así, incompleta. Quién se queda con la otra parte de mí, él? o sólo se queda perdida, vibrando en el aire y en ese espacio. No quería regresar, no sabía cómo volver.
La noche llegó de pronto y por la ventana sólo se veía la luz del estacionamiento, todo había cambiado; al salir, mi voz no sabía cómo sonar, pocas palabras dije; para él, parecía algo un poco más común de lo que sabía hasta ese momento. Tranquilo conversaba, sin pensar en el después. No sé si todas las mujeres infieles viven esa doble careta igual que yo, pero Julia Eskarra, tenía sobre los labios todo el tiempo la pregunta: ¿después?
Me bajé, esta vez más cerca de casa y lo extrañé unos pasos después. Deseaba que me llevara lejos, para no pensar, pero se fue y se llevó consigo mi identidad.
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